Comentario
CAPITULO IX
Phenomenos especiales en los páramos y en lo restante
de aquella provincia, con noticia de las corridas de
venados y destreza de los cavallos en aquel país
1011 Si las particularidades referidas que se notan en los páramos son dignas de la mayor atencion, no lo son menos los phenomenos de la naturaleza que se observan en ellos. Para nosotros fueron de grande admiracion dos, que en los principios no dexaron de sorprendernos con su novedad, pero la continuacion de verlos varias veces repetidos nos los hizo familiares. El primero fue observado en Pambamarca la primera vez que subimos á aquel páramo y consistía en un arco iris entero y triple formado en esta manera.
1012 Al tiempo de amanecer, se hallaba todo aquel cerro envuelto en nubes muy densas, las que con la salida del sol se fueron dissipando, y quedaron solamente unos vapores tan tenues que no los distinguia la vista; al lado opuesto por donde el sol salia, en la misma montaña, á cosa de diez tuessas distante de donde estabamos, se veía como en un espejo representada la imagen de cada uno de nosotros y haciendo centro en su cabeza tres iris concentricos, cuyos ultimos colores ó los mas exteriores del uno tocaban á los primeros del siguiente, y exterior á todos, algo distante de ellos, se veía un quarto arco formado de un solo color blanco; todos ellos estaban perpendiculares al horizonte; y assi como el sugeto se movia de un lado para otro, el phenomeno le acompañaba enteramente en la misma disposicion y orden, pero lo mas reparable era que, hallandonos alli casi juntos seis ó siete personas, cada uno veía el phenomeno en sí y no lo percibia en los otros. La magnitud del diametro de estos arcos variaba successivamente á proporcion que el sol se elevaba sobre el horizonte; al mismo tiempo se desvanecian todos los colores, y, haciendose imperceptible la imagen del cuerpo, al cabo de buen rato desaparecia el phenomeno totalmente; en los principios era el diametro del iris interior tomado en el ultimo color que le correspondía de 5 grados y medio á corta diferencia, y el del blanco exterior y apartado de todos, 67 grados; quando empezaba el phenomeno, parecian los arcos en figura oval ó eliptica correspondiente al disco del sol y despues se perfeccionaba hasta quedar perfectamente circulares; cada uno de los pequeños constaba de encarnado ó rojo, este se desvanecía y formaba el naranjado, á quien seguia el amarillo y, desvanecido, se convertia despues en pagizo, y á su continuacion estaba el color verde, siendo en todos ellos el exterior en rojo. En la demonstracion de la estampa que sigue, se podrá ver con toda individualidad.
1013 En varias ocasiones se notaron en aquellos páramos los arcos que formaba la luz de la luna. Uno de estos, bien particular, se me ofreció á la vista el dia 4 de abril del año de 1738 en el llano de Turubamba, como á las 8 de la noche, pero el mas raro fue observado por Don Jorge Juan en el cerro de Quinoa loma el dia 22 de mayo de 1739 á las 8 de la noche. Estos arcos no constan de otro color que el blanco y se forman proyectandose en la caida ó falda de algun cerro; componiase el observado de tres arcos tangentes en un mismo punto, el diametro del interior era de 60 grados, y el gruesso ó extension en lo ancho del color blanco ocupaba un espacio de 5 grados, á el qual eran iguales el de los otros dos. Todo ello se vé demostrado en la figura segunda de la misma lamina que sigue.
1014 El ayre de la athmosphera y los hálitos exhalados de aquel territorio parece son mas propios que el de otros para encender los vapores que se levantan de ella, y assi se suele esto ver con alguna mas frequencia, y en ocasiones muy grandes, de mayor duracion y no tan elevados como los que se observan en otras partes. Uno de estos fuegos, particular por su grandor, apareció en Quito en una noche, interin que nos hallabamos en aquella ciudad, cuya data no me es facil assignar porque los papeles que la contenian quedaron perdidos quando fuy aprisionado, pero sí podré dar su idea por la que conserva la memoria.
1015 Serían como las 9 de la noche quando de las faldas de Pichincha se levantó, al parecer, encendido un globo de fuego de tanta magnitud que dió claridad á la parte de la ciudad correspondiente á aquel lado; la casa que yo habitaba tenia las ventanas acia el mismo cerro, y, aunque estaban cerradas, fue bastante la luz que se introduxo por sus resquicios para que yo advirtiesse una claridad estraña; esta y el ruido de la gente que se hallaba en la calle me hizo abrir con prontitud llegando á tiempo que lo pude percebir en la medianía de su carrera, la qual fue entre el occidente y sur hasta que se perdió ocultandose con el cerro del Panecillo, que está por aquella misma parte. Su figura era circular, y, á mi vista, tendria de diametro como un pie con corta diferencia. Digo que, al parecer, se levantaba de las faldas de Pichincha porque, al descubrirse, segun el curso que llevaba, indicaba haver sido detrás de él donde se havia formado y tomado luz; despues que huvo caminado la mitad de la carrera visible, empezó á amortiguar su resplandor de tal modo que yá al fin era muy tenue el que despedia.
1016 Para concluir este capitulo, solo falta dar noticia del methodo con que en aquel país hacen la corrida de venados, unica diversion de campaña y exercicio á que son muy inclinados, bien particular por el arrojo y determinacion con que lo practican, y que con justo motivo pudiera adquirirles el titulo de temerarios si el incurrir en ello despues de haverlo una vez experimentado los hombres mas cuerdos, fiados en la seguridad de aquellos brutos, no la calificara de destreza y regular entretenimiento, siendo prueba del excesso que en esta parte hacen aquellos ginetes y cavallos á los mas celebrados de Europa, y de que la ligereza mas ponderada de estos es lentitud á vista de la velocidad con que aquellos corren los despeñaderos y montañas.
1017 Disponese la corrida entre mucha gente y se divide esta en dos clases, una de cavalleria y otra de á pie; los primeros son los que han de correr, y los segundos, indios para levantar la caza. Todos van á amanecer al sitio determinado, que por lo regular es en lo alto de los páramos; cada uno lleva su galgo, y se apostan los de á cavallo en los penachos mas elevados; los de á pie van por las profundidades de las quebradas espantando la caza para levantar los venados; de este modo, suelen estenderse las paradas cerca de tres ó quatro leguas ó mucho mas si la gente es suficiente para ello; luego que falta el venado, el cavallo mas inmediato que lo siente empieza á correr sin que pueda el ginete detenerlo ni bastan las riendas para sujetarlo; assi, sigue su carrera ya en una pendiente tan escarpada y perpendicular que no pudiera tenerse un hombre á pie, á menos que no se afirmasse con toda prevencion, yá en una subida peligrosa y yá en una ladera tan peynada que no sería mucho parecerle á quien no está acostumbrado á semejantes pruebas ser menor el riesgo de arrojarse por sí y desemparar la silla que el de fiar su vida á la voluntad y arbitrio del cavallo, nada obediente en tales casos á la rienda ni temeroso del peligro; assi, corren hasta que emparejan con la pieza ó el cavallo, fatigado del exercicio, empieza á flaquear, cediendo la victoria al que huye despues de haverlo seguido quatro ó cinco leguas. Los que están en las demás paradas, luego que reconocen á otro de ellas que corre, toman igual destino, y successivamente lo executan todos, unos cortando el camino al venado, otros saliendo por el frente á interrumpirselo y, los que no pueden mas, siguiendole, de modo que entre tantos no es regular escape el que una vez fue perseguido. Estos cavallos no esperan para correr que los anime el ginete ni que se lo dé á entender el manejo de la rienda porque ellos lo hacen por sí con solo observar el movimiento del que está en el otro cerro, con oir la gritería de gente y perros que, aunque á distancia muy remota, se dexa percibir ó con reparar en el perro que está enlazado alguna accion ó señal de haver descubierto pieza por el olfato. Qualquiera de estas circunstancias es bastante para que se determine á la carrera, y la mejor prudencia entonces es dexarlo y animarle con la espuela para que assi salve mejor los precipicios. Pero es preciso afirmarse bien al mismo tiempo porque en baxadas tan perpendiculares como las de allí, con el mas leve descuido, sale el ginete por la cabeza del cavallo y no es mucho en este caso le cueste la vida tal atrevimiento ó atropellado del mismo bruto por la violencia con que sigue su carrera ó maltratado del golpe. A estos cavallos dan el nombre de parameros porque desde que son potros los enseñan á correr de esta suerte por aquellos sitios escarpados, peligrosos y de cuestas ó laderas; su passo es de trote pero hay otros, que llaman aguilillas, en quienes no es menos particular por su velocidad que el de aquellos por la seguridad y prontitud. Abanzan tanto los aguilillas en el regular suyo como los otros con lo mas largo del trote, pero hay muchos de tanta agilidad que de pareja con otro no puede este aguantarle ni igualarsele yendo á galope tendido. Uno de estos tuve yo, que, aun no siendo de los de mayor ligereza, verifiqué por repetidas experiencias que en 29 minutos me llevaba desde la plaza del Callao hasta la de Lima, que hay dos leguas y media largas medidas geometricamente, siendo mas de la mitad de este camino pedregoso y malo, y en otros 28 ó 29 volvia á desandarlo sin haver dexado el freno. Por lo regular, no saben correr ni trotar estos cavallos ni entran en ello si se les quiera enseñar; pero, al contrario, es facil hacer á el passo de estos los de trote. Consiste el suyo en que á un tiempo levantan el pie y la mano de un mismo lado; y en lugar de sentar aquel segun el passo ordinario de los demás cavallos en el puesto de donde quitan la mano correspondiente, lo adelantan y ponen al igual de la contraria ó algo mas abanzado; con que, en cada movimiento de una misma mano han adelantado dos espacios de los que grangean los cavallos regulares, el uno con cada pie, á que se agrega que llevan el passo muy veloz, y es descansado.
1018 El que es natural en estos se les introduce con arte á los que no son de su casta, y, para ello, hay hombres que tienen el oficio de trabarlos, que assi llaman al enseñarselo. Quando lo están, andan tanto como los que lo usan por naturaleza. Ni unos ni otros son hermosos pero, por lo regular, muy mansos; y aunque dóciles para el manejo, de mucho aguante y corage.